En el 2016, después de 25 años de ser bi-vocacional — en roles de maestro, director, y superintendente de un distrito escolar público, además de ser un pastor asociado, evangelista, y pastor principal — mi esposa, Linda, y yo sentimos que Dios nos llamaba a transicionar de lo conocido a lo desconocido. Yo había estado sirviendo como el pastor de la Iglesia CasaVida durante aproximadamente 15 años. Durante ese tiempo Dios nos llevó de una pequeña iglesia hispana monolingüe en Bakersfield, California, llamada El Buen Pastor, a una iglesia creciente y bilingüe en una instalación mucho más grande dentro de la misma comunidad. Para entonces empecé a percibir que el plan de Dios, con respecto a mi desempeño en el ministerio, se extendía más allá de mis propias expectativas, lo cual incluyó la decisión difícil de renunciar a la seguridad de una exitosa carrera educativa y aceptar el desafío y la incertidumbre de ministrar de tiempo completo. Con una buena dosis de aprensión, comencé a dialogar lo ya mencionado con Linda, y creo que el Señor habló por medio de ella y la usó para impartirme gran sabiduría y dirección. “Saúl,” ella dijo, “¿Que si esto es nuestro ‘Isaac’ que necesitamos poner en el altar de Dios?” Así como Dios llevó a Abraham a poner a su propio hijo en el altar, Linda y yo sabíamos que Dios nos estaba pidiendo sacrificar nuestra estabilidad y seguridad por la mayor gloria de Su Reino.
Cuando Dios llamó a Abraham a sacrificar a su hijo en el altar, Abraham tuvo que decidir si estaba dispuesto o no a obedecer y servirle a Dios “con todo.” El servir con todo es una proposición de todo-o-nada, y el acto de fe de Abraham fue un símbolo de su entera devoción a la voluntad y el llamado de Dios. La Biblia está repleta de ejemplos de hombres como Abraham, seguidores de Cristo que le han entregado todo a Dios. Los 12 discípulos sacrificaron la comodidad de sus familias y su sustento para seguir a Jesús. Daniel oraba a Dios tres veces al día, arriesgando una muerte brutal en el foso de los leones. Aun Naamán, el leproso, obedeció en todo al seguir las instrucciones del profeta. Se sumergió en las aguas frías del Río Jordán, y salió sano. No hay nada más atrevido y determinante en la vida de un creyente que tomar la decisión de entregarse en totalidad a Dios.
Basado en la descripción bíblica de la antigua historia de Abraham, he articulado en unos breves puntos lo que yo creo que significa para los creyentes modernos replicar este comportamiento de entrega total. Como Abraham, nosotros también necesitamos…
1. Caminar por fe aún cuando no sabemos dónde Dios nos está llevando.
2. Confiar en el proceso aún cuando las circunstancias no tienen sentido.
3. Esperar pacientemente hasta que Dios determine la hora de accionar.
4. Obedecerle por completo aún cuando nos pide renunciar algo o a alguien que amamos.
5. Sacrificar nuestra voluntad por la de Él aún cuando se siente contraintuitivo.
Creo que estas cinco cualidades son esenciales para los seguidores dedicados del Señor, así como los líderes ministeriales que desean impactar a la nación con el profundo Evangelio de Cristo. De hecho, en mi propia experiencia persiguiendo este tipo de liderazgo “con todo,” he llegado a creer firmemente que las Escrituras revelan que estas características son necesarias e integrales a nuestro ser. Dios ha hecho mucho más que llamarnos a estar totalmente entregados a Él, nos ha creado para ese mismo propósito. Efesios 5:1 (NVI) dice, “Por tanto, imiten a Dios, como hijos muy amados.” Recuerda que entre los muchos individuos ardientes que han dado sus vidas para seguir a Dios, Cristo mismo se entregó completamente cuando dejó Su trono, se hizo mortal, y murió en nuestro lugar. Jesús no escatimó nada. Dios no escatimó nada, y creo que nosotros somos llamados a seguir su ejemplo.
Así como los mencionados en las Escrituras, los hombres y mujeres destacados en esta revista son ejemplos perfectos de creyentes dedicados modernos que han entregado al Señor sus recursos, finanzas, pasiones, temores, y más. Al leer sus historias, ¿qué te está diciendo Dios sobre tu propia historia? ¿Le has entregado todo a Él o estás reteniendo alguna parte de tu vida? ¿Tal vez te está animando a expandir tu ministerio a un segundo servicio o campus? ¿Quizás te está dirigiendo a que ofrezcas tus recursos terrenales — ya sean físicos o financieros — en apoyo a Sus hijos? Sin importar tus circunstancias únicas, yo creo que muchos de nosotros no estamos experimentando el poder, gozo, avance, y los resultados que Dios quiere que disfrutemos de una relación con Él. Estamos reteniendo algo, pero al hacerlo también nos estamos perdiendo de las mejores bendiciones de Dios.
Para mi esposa Linda y yo, el dejar una carrera estable por una vida de ministerio fue nuestro momento de dar un paso de fe y escoger servirle a Dios con todo. Él nos pidió poner nuestra jubilación, beneficios, y salario en Sus manos y confiar en Su plan perfecto para nuestras vidas. Hoy, puedo decir confiadamente que hemos transicionado a una bendición mayor y hemos encontrado contentamiento más allá de lo que jamás habíamos conocido. El gozo que he encontrado dirigiendo a otros en CasaVida es más satisfactorio y fructífero de lo que hubiera podido anticipar, y estoy seguro de que no hubiese encontrado tan inmensa gratificación si no hubiera sido por la disposición mía y de mi esposa de confiar totalmente en Dios.
Nuestra historia, las historias que encontramos en las Escrituras, y las historias en esta revista enfáticamente resaltan el punto que la entrega total es esencial para recibir mejores bendiciones, avances, y recompensas de Dios. Por lo tanto, aquí está mi plegaria y mi oración: cultiva espacio para que Dios se mueva en tu corazón y pídele que te revele tu “Isaac.” ¿Que te está llamando a poner en el altar hoy? Piensa en lo que nosotros, la Iglesia global, pudiéramos lograr si nos atreveríamos a entregarle todo a Dios. ¿Qué sucedería si pusiéramos todas nuestras posesiones misionales, relacionales, espirituales, y financieros en Sus manos? Creo que cuando decidamos hacer precisamente eso — verdaderamente y enteramente entregarle todo a Dios — nuestros propios destinos, y las innumerables vidas de otros, serán radicalmente cambiadas para siempre.