La preocupación hacia el florecimiento y la prosperidad humana han existido en el corazón del Evangelio desde que Jesús anunció, “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10, Reina-Valera).
El Hispano y su Impacto en el Concilio General
Recientemente Mario Duque, en su encuesta bajo el título: “Viendo Hacia el Futuro” (“Looking into the Future”) llega a la conclusión que, debido a la diversidad étnica y cultural, de la cual el Hispano es la más creciente, se constituye “una nueva norma” para el ministerio y la feligresía del Concilio General de las Asambleas de Dios. Siendo esto el caso, se requiere un cambio institucional formidable. El impacto de este crecimiento transformará no solo la definición y la identidad del Concilio General sino también la participación y cooperación del mismo.
Recién he terminado mi servicio de veintidós años como Presbítero Ejecutivo del Concilio General. Yo vi los cambios que Duque encontró en su encuesta. En cada informe que se nos entregaba trimestralmente vi el ministerio envejecerse, la membrecía angla decaer y el sostén financiero declinar. A la vez, logré ver el gran crecimiento y los cambios en el pueblo Hispano.
Por ejemplo, vi crecer el número de distritos Hispanos de cuatro a catorce. Hoy hay dos presbíteros ejecutivos Hispanos y un gran aumento de presbíteros generales. Vi establecer las oficinas de Relaciones Hispanas y de Relaciones étnicas. Doy gracias a Dios por el crecimiento numérico y la madurez organizacional que se ha logrado.
Un Desafío Nuevo y una Oportunidad Nueva
Veo un desafío nuevo y una oportunidad nueva para mi pueblo. Hay que ver la diferencia entre el crecimiento y un bulto o hinchazón. Existe la necesidad hacia el Bien Común hacia la Fe, el Trabajo y la Economía de la Obra y se aborde la Gran Comisión en la vida pública. El teólogo Helmut Thielieke nos desafía diciendo que “el Evangelio se debe cambiar repetidas veces hacia una nueva dirección porque el recipiente se cambia de residencia repetidas veces.”1 En otras palabras, la encuesta de Mario Duque, sobre una nueva norma, un nuevo modelo o pauta nos desafía hacia un nuevo modus operandi—una nueva manera de ministrar. Es decir, frente a un nuevo desafío y una nueva oportunidad.
¡Pero un camino largo aún nos espera! Nos urge ahora ver que el crecimiento se convierta en la calidad de ministerio y discipulado confiando y poniendo en práctica la promesa de Jesús que nos dice, “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”
(Juan 10:10, Reina-Valera).
El crecimiento numérico del pueblo Hispano tiene la atención del mundo económico del país. Por ejemplo, en la edición especial de la revista The Economist, el editor anota que uno de cada seis personas en este país es Latino y que los 57 millones de Hispanos se va a doblar en número para mediados del siglo presente.2 Según el artículo, este crecimiento de la población Latina representa una gran oportunidad y no debe desperdiciar. Fue interesante ver que, en la sección de religión, para su entrevista escogió el testimonio Pentecostal.
Somos Hechos Para Florecer
El “Sueño Americano” sigue siendo el sueño de la comunidad hispana. Pero en su libro, The Real American Dream, Andrew Delbanco traza la historia de este sueño—fue el sueño de los fundadores Puritanos de una nación santa, fue el sueño de los Patriarcas de siglo 19 de una gran nación, pero hoy el sueño de muchos hoy día es sobre lo económico y la autosatisfacción.3 Delbanco escribe que la idea del florecimiento como seres humanos se ha reducido a una vida satisfecha consistiendo solo de las posesiones, el poder, y la posición.
El Señor Jesús nos dio dos ejemplos de lo que es una vida abundante y floreciente, a saber, espiritual, moral, y económica. El ejemplo de la mujer Samaritana que logró en su conversación con Jesús, el agua viva y la abundancia de una vida espiritual. El ejemplo del Buen Samaritano quien de su abundancia ofreció socorro a un extranjero. Ambos casos tomaron lugar en terreno extraño. Ambas personas se consideraban “inmundas.” Hoy nos son ejemplos del propósito de la venida del Hijo de Dios al mundo del traer vida espiritual, moral, social, y económica que como discípulos de él debemos imitar.
El ministerio hacia el florecimiento espiritual y la prosperidad humana ha existido en el corazón de la Fe Cristiana que nos dejó Jesús. Hoy día se necesitan líderes que como Jesús se atrevan salir fuera de su ámbito y llevar la Buenas Nuevas hacia los desafíos demográficos, espirituales, culturales, y económicos los cuales están cambiando y requieren iniciativa, capacidad personal e institucional.
Mis padres no solo me exhortaron diciendo, “El que no trabaja que no coma,” pero me llevaron a la iglesia donde se cantaban himnos como “trabajar y orar en la viña,” “nunca esperes el momento de una grande acción… brilla en el sitio donde estés,” y “los campos blancos están… id a la mies.” El llamado de Dios ya sea en canto o en sermón es un llamado personal y vocacional. Es un llamado tanto para pastor como para el laico. Hay que pelear contra la auto satisfacción y el éxito materialista.
En las Escrituras existen dos tipos de bendición. La primera es que Dios sostiene la vida y nos permite florecer. La segunda es que Dios es quien corona los esfuerzos del éxito en los negocios humanos y en el trabajo cotidiano, tal como “sembró Isaac en aquella tierra, y cosechó aquel año ciento por uno… y se engrandeció hasta hacerse muy poderoso” (Génesis 26:12-13, Reina-Valera).
Somos creados para toda buena obra. Todo pastor, maestro, líder, y miembro laico de la Iglesia de Cristo debe ejercer el propósito para lo cual fue creado. En Génesis 2:15 (Reina-Valera), se nos ordena servir en la creación de Dios y a unos y otros. “Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase.”
El trabajo no es para sí mismo sino es parte de la continua relación de Dios con su creación y hacia el servicio en la comunidad. Es Dios, el Creador quien da significado y valor a toda labor. Su Hijo Jesucristo es quien bendice y trae el éxito a tu llamado y tu talento para bendecir a otros—ya sea al pobre, al huérfano, la viuda, y al enfermo. Y es Espíritu Santo de Dios quien te dirige para que trabajes con responsabilidad espiritual y excelencia moral de la vida abundante y floreciente.